La
“Finca Roja: un patio para la utopía La “Finca Roja: un patio para la utopía |
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Arquitecto/Architect: |
“¿Qué
configura una ciudad? Todo lo que se ha dicho, soñado, destruido,
acontecido. Lo edificado, lo desaparecido, lo soñado que nunca se hizo
realidad. Lo vivo y lo muerto [...] Una ciudad son todas las palabras
pronunciadas en alguna ocasión, es un continuo, incesante murmullo, un
susurro, un cántico y un grito que ha sonado en los siglos y que el
viento se ha vuelto a llevar”1. |
“What
does a city consist of? Of everything that has been said, dreamt and
destroyed and has happened The built, the vanished, the dreamt-of that
came to nothing. The living and the dead. [...] A city is all the words
that have ever been said, an incessant, never-ending murmur, whisper, song
and clamour that has resounded over the centuries and then been blown
away”1. |
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La imagen de la
ciudad se forja a partir de unos cuantos retazos que permanecen en nuestra
memoria. Las ciudades, de hecho, acostumbramos a identificarlas por algún
edificio singular, por la imagen de la postal más que por su estructura
urbana o su forma de crecimiento. Son los hitos, en palabras de Kevin
Lynch2, los que determinan el alma de una ciudad y quedan como bagaje del
viaje distraído pero al tiempo indeleble: los monumentos que Aldo Rossi
necesariamente encuentra salpicando toda ciudad para significarla y
diferenciarla de las demás. Y entre monumento y monumento, la trama
urbana, silenciosa, sin estridencias, pero básica para sustentar el
tejido edilicio que materializa la ciudad. Monumentos que según el
italiano, serán de carácter público, sufragados y concebidos desde el
municipio como tarjeta de presentación del colectivo social, de las
aspiraciones ciudadanas y del potencial humano que representa el poder político.
Lo que queda entremedias compete al ámbito privado y no será objeto de
protagonismo especial. La arquitectura residencial debe rellenar
modestamente los intersticios de la malla cuyos nudos están ocupados por
los edificios representativos. Una arquitectura
residencial cuya contribución a la ciudad, desde la discreción,
determinará su ambiente, su atmósfera, pero no quedará grabada en la
retina del viajero o del ciudadano. El Tipo El tipo es una
abstracción de una clase de objetos, es decir, agrupa a todos aquellos
con unas características básicas coincidentes, de forma que el tipo no
se define como algo concreto, sino genérico. Históricamente, los tipos
edificatorios siempre fueron estructurales, dado que la función como
variable determinante de la Arquitectura empieza a cobrar peso a partir de
la Revolución burguesa6. A medida que la ciencia y la tecnología proveían
de nuevos sistemas estructurales los edificios evolucionaban sin sufrir
variaciones en su uso (templos religiosos, edificios conmemorativos o
gubernamentales...). Posteriormente, con la introducción de nuevos
espacios como museos, estaciones de ferrocarril, teatros, bancos, etc.,
aparecen tipos edificatorios con funciones específicas diferentes, pero
siempre supeditados a la estructura, salvo en aquellos casos en los que
una tecnología de vanguardia permite olvidarse de los requerimientos
estructurales y poner en primer lugar los requisitos funcionales. A este
respecto cabe distinguir los casos paradigmáticos de dos arquitectos bien
conocidos: el caso del equipo Piano-Rogers en el Pompidou de París, donde
el high-tech permite liberar al tipo de las limitaciones estructurales a
favor de una flexibilidad funcional importante como cuestión fundamental
de proyecto; y el caso de Mies van der Rohe, quien asimismo goza de las
posibilidades estructurales que la técnica le brinda, pero subyuga el éxito
funcional a la exaltación representativa de un estricto orden espacial y
simbólicos en obras como la National Gallery. Durante el siglo
XIX, al amparo del desarrollo de nuevos y complejos programas funcionales
se aprecia un sensible cambio en el concepto de tipo enunciado por Quatremére.
Incluso el propio término es sustituido por el de composición, de
Durand, en donde la conexión con la naturaleza intrínseca del hecho
arquitectónico se pierde a favor del método. De la mano de
los nuevos materiales y la fe ciega en las posibilidades de la industria,
los arquitectos militantes de la Modernidad rechazan ideológicamente la
idea de tipo por ser un lastre del pasado. Para los arquitectos de inicios
del siglo XX el tipo era algo fijo, rígido, inmóvil. La contradicción
reside en que precisamente la industria en la que depositaban sus
esperanzas de progreso necesitaba de objetos reproducibles en serie. De la
abstracción conceptual se había pasado a la concreción de lo
prefabricado: “el tipo se había convertido en prototipo”7. De cualquier
modo estas dos naturalezas básicas de tipo engendran una tercera mestiza
que podríamos denominar formal, recuperada y desarrollada por el grupo de
discípulos aventajados de Ernesto Nathan Rogers, en torno a la revista
Casabella-continuità. Estos tipos determinan la forma de la ciudad puesto
que no responden a una imagen visual externa concreta, sino a una
organización interna. Por tanto los tipos pueden insertarse en la ciudad
sirviendo de conexión entre lo antiguo y lo moderno, dado que su
naturaleza genérica les permite cierta flexibilidad formal. Introducen un
esquema avalado por el tiempo, pero el lenguaje a utilizar puede
evolucionar y adaptarse al presente. De esta forma dan respuesta al dilema
de todo edificio: en tanto que Arquitectura, debe ser moderno, mas en
cuanto que pieza generadora de Ciudad debe atender a la Historia8. La Finca Roja se
presenta así como un ejercicio de inserción tipológica en una trama
preestablecida de la ciudad. El ensanche proyectado desde 1884 ha ido
ofreciendo unas manzanas en las sucesivas revisiones con un carácter típicamente
decimonónico heredero del ensanche de Cerdá, pero el arquitecto responde
con una solución tipológicamente novedosa, estructuralmente avanzada,
funcionalmente racional y formalmente internacional. Si el tipo es el
esquema básico y está determinado por la estructura, un cambio en el
material y en la concepción del sistema supondrá una variación
inmediata del original. El tipo por tanto se decanta como un concepto
abierto al cambio, no como una idea estática y rígida que impide la
evolución de la Arquitectura, sino como el mecanismo pertinente para
responder a las necesidades impuestas por la realidad. El uso del
hormigón armado supone un ejercicio de modernidad que tiene su reflejo en
el tratamiento racional de la distribución, que se ve al tiempo
determinada por la impronta social del edificio, reflejada también en su
forma e imagen. Se trata como vemos, de una tupida red de variables que se
interrelacionan entre sí para decantar la solución final. Enrique Viedma9 concibe el edificio en su conjunto sin duda influido por las
operaciones urbanas de Berlage y De Klerk en Ámsterdam, enmarcadas por la
Ley holandesa de Vivienda de 1901. De ellas cabe destacar el bloque
conocido como Het Schip, del propio De Klerk, en el Spaarndammerbuurt, o
el proyecto del barrio Tuindorp Nieuwendam, de B. T. Boeyinga, con un carácter
más rural al norte del río IJ, en una zona hasta entonces solo ocupada
por industrias. Nuestro edificio
sin embargo debe amoldarse a la parcela que el planeamiento le ofrece, por
lo que lejos de abrir el edificio a la calle con una tipología de manzana
abierta, lo vuelca al interior de la misma generando un patio que asume la
dimensión social de los Höfe10 vieneses o los barrios del Plan Zuid de
Berlage. Pero la referencia es doble, puesto que la materialización del
edificio remite a las superficies cerámicas de la Wendingen holandesa,
confiriendo al edificio una expresividad aún no superada en la ciudad. En realidad, el
resultado compositivo se parece más a una agregación de edificios entre
medianeras y chaflanes en las esquinas, volcados todos a la calle, que a
una unidad edilicia perfectamente integrada en torno a un patio interior
que, más allá de proporcionar abundante luz y ventilación a las
viviendas interiores, pretendía convertirse en centro neurálgico de
servicios y relación social y verdadero pulmón verde de la colonia; al
menos éste fue el planteamiento inicial del proyecto, como demuestra la
clara permeabilidad del patio, penetrable desde el exterior a través de
pasajes y cajas de escalera y volcando a él los bajos comerciales que
hubieran conferido actividad y dinamismo a un espacio pensado para
proporcionar recreo y descanso a niños y mayores. Esta idea, que remite a
los utópicos ideales de vida comunitaria planteados por la ideología
social-comunista de la Viena marxista, sin embargo nunca terminó de
cuajar como tal: el contraste entre el desideratum del proyecto y el
estado actual del patio de manzana, donde unos pocos árboles sobreviven
entre bajos comerciales cerrados y abandonados, es testimonio del abismo
que hay entre la esperanza de unas condiciones sociales casi utópicas a
las que correspondía el proyecto, y la cruda realidad de una sociedad
capitalista y competitiva que todavía no se vislumbraba. De esta forma
encontramos un patio vertebrador de las relaciones sociales que lo vincula
con la arquitectura realizada más utópica del momento, que a su vez
determina la evolución funcional hacia un esquema a dos frentes con
viviendas dando tanto a la calle como al patio. Se pasa así del esquema
habitual del ensanche burgués, consistente en viviendas pasantes de la
fachada a calle a la recayente al patio de manzana, proporcionadas según
un eje dominante longitudinal, con largos pasillos apoyados en las
medianeras. En la Finca Roja las viviendas son más compactas y se
disponen en agrupaciones de cuatro por escalera y planta. Se obtiene
cuatro unidades casi simétricas respecto al eje de la escalera y los
patios de luces principales, pero con idéntico tratamiento de la
vivienda, ya vuelque a la calle, ya lo haga al patio de manzana. Éste
asume así un protagonismo, al menos, como el de la calle. Se convierte en
un espacio urbano a través de la concepción tipológica de las unidades
de habitación y a través de los zaguanes pasantes en planta baja,
iluminados cenitalmente a través de los patios de luces, que permiten un
acceso fácil y directo. Sin embargo
pretendía ser una urbanidad íntima, o al menos una urbanidad con
matices, ya que el patio quería recrear un mundo protegido, amable en la
imagen, cálido en los colores, donde la urbanidad residiera en las
actitudes, talantes y maneras más que en la existencia de coches y
calzadas. Patio donde la relación social tuviera cabida y los vecinos
pudieran reunirse, donde los niños jugaran sin peligro, donde los
comercios dieran servicio, donde la ciudad se humanizase. Patio donde el
ágora se recuperase como espacio público fundamental frente a la cuadrícula
cartesiana e impersonal sin huecos para el descanso y la estancia. Es en
ese contexto urbano donde la Finca Roja tiende un puente hacia el futuro y
hacia el exterior de nuestras fronteras, uniendo tradición con
modernidad, populismo con vanguardia, respetando la ciudad como escenario
de la vida en sociedad, adecuándose a la trama urbana histórica sin
incurrir en el historicismo. Construyendo ciudad. La Historia Así, con el fin
de satisfacer la demanda de una bolsa de inmigración campesina venida a
la ciudad, comienza a difundirse desde finales de siglo una tipología
nueva en el escenario inmobiliario: la vivienda mínima, que debía
satisfacer unos estándares ajustados de salubridad y habitabilidad a
costes y precios lo más bajos posible. Por supuesto no faltaron abusos,
sobre todo en el campo de la vivienda especulativa, lo que obligaba a las
autoridades a intervenir, con el fin de evitar la degradación de la
construcción, aprobando ordenanzas que no siempre eran respetadas. La creciente
terciarización de la economía urbana y la consiguiente expansión demográfica
explican, por un lado, el fomento de la edificación burguesa capaz de
absorber la demanda de una clase media pujante, y por otro, la
considerable difusión de la vivienda obrera destinada a la clase
media-baja. Pero, a decir verdad, sería excesivamente simplista plantear
la cuestión en términos de vivienda para la clase media-alta y otra
distinta para la clase media-baja: posiblemente nos ajustemos más a la
realidad asumiendo que la arquitectura valenciana de las primeras décadas
de siglo XX está marcada por una gran diversidad, ya sea de tipologías,
ya sea de lenguajes arquitectónicos. Sin embargo, y a
pesar de la variada casuística, es posible encontrar un patrón tipológico
característico de la vivienda obrera de la ciudad de Valencia durante la
década que va de 1925 a 1935, década prodigiosa en la que se inserta la
Finca Roja. Este modelo está amparado por una legislación específica:
las Leyes de Casas Baratas de 1911 y 1921, con sus reglamentos y decretos
complementarios de los años siguientes, y el Régimen de Casas Económicas,
de 1925, destinado a “la clase media” de aquellas ciudades con más de
30.000 habitantes, que ofrecía préstamos, exenciones y otros beneficios
fiscales a cooperativas de trabajadores sin afán de lucro, lo que se
traduce en el lanzamiento de cooperativas vinculadas a los ramos
profesionales de Periodistas, Agentes Comerciales, etc. Ambas leyes,
reforzadas con la Ley Salmón de 193511, ésta última ampliamente
aplicada en Valencia por su política de reforma interior y su elevada
tasa de inmigración, definen el marco legal con el que las viviendas
“baratas” y “económicas” se introducen en los Ensanches burgueses
-particularmente el segundo-. En efecto, no se trataba simplemente de
resolver un problema de insalubridad de los barrios y proporcionar
habitación digna y asequible a los estratos inferiores de la sociedad,
sino de integrar una creciente cantidad de viviendas de bajo precio, en
virtud del fuerte aumento del éxodo rural, en las nuevas modalidades de
crecimiento urbano, ya sea el de los nuevos Ensanches o el de la
ciudad-jardín. Ello conlleva la
adopción de dos tipologías distintas de vivienda obrera en función de
una u otra modalidad de expansión urbana: por un lado, la tipología de
manzana cerrada y viviendas dispuestas por pisos, presentando hasta cinco
alturas, viviendas de una a tres habitaciones y dotación mínima de
servicios, de tal modo que la vivienda económica se inserta limpiamente
en la estructura urbana sin diferencias morfológicas sustanciales con la
vivienda burguesa; por otro el modelo semiurbano que se levanta en las
afueras de la ciudad conservando un cierto carácter de vivienda
unifamiliar, de acuerdo con el modelo de ciudad-jardín de las sociedades
industriales. Al primer tipo pertenece la Finca Roja en la manzana que
forman las calles Jesús, Marvá, Albacete (antes Vitoria) y Maluquer. Al
segundo, por ejemplo, los conocidos popularmente como chalets de los
periodistas, de la Asociación de la Prensa, iniciados en 1926 con todas
las bendiciones oficiales y entregados en 1933-34. Se trata de dos
promociones a ambos lados del Paseo al Mar, de algún modo ya planteada en
1893 sobre el proyecto inicial, y finalmente proyectadas por Enrique
Viedma en el mismo arranque del paseo junto a los Viveros Municipales. En el fondo
ambas soluciones, ofreciendo grandes diferencias en su planteamiento tipológico,
dan respuesta a un mismo problema arquitectónico: el de diseñar de una
vivienda higiénica y funcional con el máximo aprovechamiento del espacio
y el cumplimiento de unos estándares mínimos de habitabilidad, todo en
función de las condiciones presupuestarias. No es difícil imaginar que
la urbanización de terrenos para la construcción de casas baratas
proporcionó interesantes plusvalías a los propietarios de huerta en el
extrarradio. La gestión del suelo y la promoción recaía en manos del
sector privado, mientras que la administración municipal se limitaba a
ordenar el crecimiento urbano a través del Estatuto Municipal de 1924 y
de los “planos de influencia urbana”, fomentando abiertamente la
construcción de casas baratas y asumiendo la responsabilidad de dotar de
servicios mínimos y de infraestructura a las nuevas colonias, incorporándolas
así a la metrópoli en expansión. El Lenguaje A la ávida
asimilación lenguajes vernaculares y foráneos contribuyó la problemática
inherente al propio tema de la vivienda obrera: en efecto, satisfacer las
exigencias de salubridad y habitación contempladas en las leyes de Casas
Baratas de 1911 y 1921, en la de Casas Económicas de 1925 y en las
ordenanzas municipales de 1929, disponiendo para ello de limitados
presupuestos, no era para los arquitectos una tarea de fácil solución.
No digamos si había además condicionantes de aprovechamiento del terreno
que debía ocupar cada colonia con su ratio de edificación y zona verde.
A falta de una tradición local en el tema de las casas para obreros sobre
la que apoyarse, la solución que los arquitectos arbitraron fue echar
mano de la mayor experiencia de sus colegas alemanes, austriacos y
holandeses en el campo de la vivienda mínima, lo que aumentó la demanda
de libros que ofrecían recetarios ad hoc. Libros como Modelos de
edificios económicos, de I. Casal (Barcelona, 1922) o Guía para
constructores de casas baratas, editado en Valencia en 1927, ofrecían
pautas sencillas y seguras para unos arquitectos que comenzaban a moverse
en un campo que les resultaba desconocido. Y ello, a pesar de que los
encargos de viviendas baratas y económicas que las cooperativas promovían
no solían recaer en arquitectos sin escrúpulo profesional (ya que éstos
se dedicaban a la vivienda especulativa), sino en profesionales de
reconocida solvencia entregados a la arquitectura doméstica para la clase
media, como Peris Ferrando, Emilio Artal, Francisco Almenar o el mismo
Enrique Viedma. Aunque la
tipología de vivienda barata en altura tiene su pionero valenciano en la
figura de Emilio Artal, cuyos primeros ensayos son anteriores a los años
‘30, uno de los ejemplos más sólidos del modelo es sin duda el
edificio que nos ocupa, la popularmente llamada “Finca Roja”,
proyectada por Enrique Viedma con ocasión del concurso convocado por la
Caja de Previsión Social del Reino de Valencia, que ganó en 1929. El
conjunto lo constituyen 500 viviendas, con tres dormitorios y 90 m2 cada
una (excepto los chaflanes con un dormitorio más), en planta baja y cinco
pisos. Lejos de la idea de proyectar viviendas en toda la profundidad
edificable, el arquitecto optó por disponer unidades recayentes a la
calle o bien al patio. Influido seguramente por el concepto de manzana
biselada del Plan Cerdá, la Finca Roja adopta el tipo centroeuropeo de
bloque de viviendas en torno a un amplio patio interior. Ejemplo paradigmático
de incorporación de un grupo de viviendas obreras a los trazados y
características del nuevo Ensanche burgués, el emplazamiento comprende
toda una manzana delimitada por cuatro calles no ortogonales, lo que
confiere al solar una forma trapezoidal de base mayor en la alineación de
la calle Albacete y base menor en la de la calle Jesús. La composición
de volúmenes y sus cualidades expresionistas entroncan claramente con las
Höfe realizadas en la Viena de Dollfus y las realizaciones de la
arquitectura soviética de la posvanguardia, lo que demuestra el
conocimiento que Viedma tenía de las propuestas arquitectónicas que
aparecían en los países centroeuropeos con más tradición en el tema de
la vivienda obrera; no tanto por sus viajes, que no nos constan, como por
su probable acceso los repertorios de arquitectura moderna al uso. De esa
influencia foránea se ha apuntado especialmente la de la Wendingen, es
decir, el expresionismo holandés de la Escuela de Ámsterdam, opuesto a
las propuestas abstractas de Rótterdam, y más en particular la obra de
Michel De Klerk, sobre todo en el empleo del ladrillo, que entronca con
las precursoras experiencias de Berlage, así como en la yuxtaposición de
masas y volúmenes, en las formas angulosas de los miradores y en el
hastial poligonal que los remata en cubierta, cuya estricta geometría
contrasta con las curvas de las esquinas y las torrecillas de planta
circular. A propósito del
material escogido para el acabado exterior -ladrillo visto de tonos
cobrizos- que ha terminado por caracterizar e incluso bautizar el
edificio, hay que señalar que éste no era ninguna novedad en ese momento
puesto que ya gozaba de amplia difusión en la arquitectura valenciana de
los últimos años ‘20 a través de la obra de Joaquín Rieta, cuya
producción arquitectónica se inscribía por entonces en el lenguaje art
decó y regionalista de síntesis modernas, que culminó en el edificio
Gil (1931) de la plaza del Ayuntamiento esquina San Vicente, una de las
creaciones más elocuentes de las posibilidades plásticas y constructivas
del ladrillo visto. Todos los
alardes de volumetría y masa que presenta la Finca Roja a nivel epidérmico
se inscriben en una larga tradición finisecular que, partiendo de las
propuestas de Arts and Crafts, precursora del Werkbund, ensalzaba el
trabajo artesanal como respuesta a la producción industrializada, lo que
situaba a Ruskin y Morris en la línea del revival medievalista. Sin
embargo, la exaltación de la artesanía que Viedma realiza en la Finca
Roja no le impide incorporar modernas persianas americanas de madera
practicables al exterior (por entonces muy poco difundidas en Valencia) y
frisos de terracota fabricados en serie y dispuestos en antepechos y
dinteles, lo que nos habla de una dubitativa posición de incipiente
modernidad aferrada a la tradición por algunos sutiles anclajes al
pasado. En cambio la organización en planta de los espacios revela la
intención de Viedma de separar el problema de la elección estilística,
que queda confinado a la piel, de la distribución funcional de los
espacios, lo que favorece su acercamiento a las corrientes del
racionalismo. Ello se inscribe en la tradición de la racionalidad
estructural transmitida por A. Choisy en su Histoire de l’architecture
(1899) heredado y traducido por el protorracionalismo de Perret y después
por los epígonos del movimiento moderno. Pero, a decir verdad, la
formalización y materialización de Viedma es vacilante y ambigua, a
caballo entre el casticismo, el decorativismo, el expresionismo y, por qué
negarlo, un incipiente racionalismo. Hemos comprobado
cómo en la babel lingüística de la Finca Roja se entremezclan los
caminos del expresionismo holandés con los del art déco y el casticismo
valencianista [que procede del edificio del Instituto Nacional de Previsión
(1928) en Marqués de Sotelo 10, del mismo Viedma, y que tendrá en la
sede central del Banco de Valencia (1934-42) su buque insignia], no
faltando en él influencias del modernismo organicista de remotas
resonancias gaudianas. Este ecléctico período de 1929-33 en la producción
arquitectónica de Viedma es tan variado de filiaciones arquitectónicas
y, al mismo tiempo, tan titubeante en algunos aspectos, que su figura no
encaja cómodamente en los parámetros de sus coetáneos Joaquín Rieta,
Luis Albert, Francisco Mora, Gómez Davó, Javier Goerlich, etc. En
efecto, al no existir en Viedma un decidido compromiso formal por una u
otra estética, su arquitectura parece hacerse eco de aquel imperativo
impuesto por los organizadores de la Exposición de Artes Decorativas de
París de 1925, cuyo Reglamento especificaba que “toute copie ou
imitation des styles anciens” debía ser rechazada. Pero la Finca
Roja, que actuó en la trayectoria de Viedma como crisol de soluciones
formales y decorativas de procedencia local y foránea, también encontró
derivaciones en el corazón de la ciudad: al menos en lo que concierne al
tratamiento externo de materiales y aparejos, miradores y cubierta, a su
plasticidad y accidentado perímetro de fachada, con sus chaflanes curvos
y los miradores poligonales a la manera de bow-windows, la Finca Roja
emparenta con la estética de rotundas volumetrías que el mismo Viedma
desplegaría poco después en el monumental edificio de “La Unión y el
Fénix” (1933). Con todo, su
amalgama de soluciones formales no sirve a unos intereses de clase ni
emplea un lenguaje deliberadamente rupturista con la Historia, como sí
harían los arquitectos titulados diez o quince años después de Viedma.
Éstos recurrirán a los prototipos expresionistas de la arquitectura
alemana de los primeros años ‘30 extraídos de las páginas de Moderne
Bauformen, verdadero vademecum para arquitectos de miras más amplias. De
ahí nacerá la extensa nómina de arquitecturas valencianas que,
inspiradas en la serie de edificios comerciales de Mendelsohn para la
firma Schoken, supusieron para nuestra ciudad el advenimiento de un nuevo
ropaje arquitectónico: los chaflanes se redondean, y los muros de
cerramiento, convertidos visualmente en una fina piel, ven rasgar
ventanales de lado a lado. Esta herencia de la arquitectura expresionista
alemana traería a nuestra ciudad un repertorio visual de elementos extraídos
literalmente del lenguaje naval: grandes popas, ojos de buey, incluso
puentes de mando proliferan por doquier en los últimos edificios del
Ensanche o en la desaparecida Bajada de San Francisco, aproximando la estética
de esos años a la del trasatlántico. Definitivamente la modernidad se
abría paso. Edificio
residencial por requisitos funcionales, la Finca Roja forma parte del
tejido urbano del ensanche superando las barreras de su propio destino
para convertirse en un hito que cualifica la estructura de la urbe y pasa
a formar parte del repertorio de instantáneas que definen la imagen de la
ciudad. |
The
image of the city is forged from a few scraps that remain in the memory.
We usually identify cities by some individual building, by the picture
postcard rather than by their urban structure or growth pattern. It is the
landmarks, as Kevin Lynch says2, the monuments that Aldo Rossi finds
necessarily dotted around every city to represent it and differentiate it
from the others, that determine the soul of a city and are retained from a
leisure trip that is nonetheless indelible. Between landmark and landmark,
monument and monument, the urban grid, silent, unstrident, is the
essential weft of the fabric of buildings that materialises the city.
According to Rossi, the monuments are public in nature, conceived and paid
for at the prompting of the municipality as the visiting card of the
social collective, the aspirations of its citizens and the human potential
represented by the political authorities. What lies between them belongs
to the private sphere and is not given particular prominence. Residential
architecture should modestly fill in the gaps in the web while
representative buildings occupy its nodes. The
contribution that residential architecture discreetly makes to the city
determines its atmosphere but is not engraved on the retina of its
visitors or inhabitants. Type Type
is an abstraction of a class of objects, in other words, it is a grouping
of all those with basic characteristics that coincide, so type is not
defined as something concrete but as something generic. Historically,
building types were always
structural, since function as a determining factor in architecture only
began to gain importance from the bourgeois revolution onwards6. As
science and technology provided new structural systems, buildings evolved
but their use did not vary (churches, government buildings, commemorative
constructions, etc.). Later, with the introduction of new spaces such as
museums, railway stations, theatres, banks etc., building types with
different specific functions made their appearance, but these were always
subordinated to the structure except where a vanguard technology made it
possible to forget the structural requirements and give pride of place to
functional requirements. In this respect, we should distinguish the
paradigmatic cases of two well-known architects: the Piano-Rogers team at
the Pompidou in Paris, where high-tech freed the type from structural
limitations in favour of considerable functional flexibility as an
essential feature of the design, and Mies van der Rohe, who also enjoyed
the structural opportunities offered by technology but subjugated
functional success to the representative exaltation of a strict spatial
and symbolic order in works such as the National Gallery. During
the 19th century, as new, complex functional briefs developed, an
appreciable change in the concept of type enunciated by Quatremère can be
seen. The term itself was even replaced by Durand’s composition, where
the connection with the intrinsic nature of architecture gave way to
method. Armed
with new materials and a blind faith in the possibilities of industry, the
militant architects of the Modern Movement rejected the idea of type on
ideological grounds, as a dead weight from the past. For early 20th
century architects, type was something fixed, rigid, immovable. The
contradiction is that the industry in which they deposited their hopes of
progress needed objects that could be mass produced. Conceptual
abstraction had given way to the concreteness of prefabrication: “type
had become prototype”7. At
all events, these two basic kinds of type engendered a third, hybrid kind
we may term formal, recuperated and developed by the outstanding group of
Ernesto Nathan Rogers’ disciples connected with Casabella-continuità
magazine. These types determine the form of the city, as they do not
respond to a concrete external visual image but to an internal
organisation. The types can therefore be inserted into the city to serve
as links between the old and the new, since their generic nature gives
them a certain formal flexibility. They introduce a scheme that has stood
the test of time, but the language that is used can evolve and adapt to
the present. In this way, they provide an answer to the dilemma of any
building: as architecture it must be modern, but as a piece that generates
city it must pay attention to history8. The
Finca Roja, the Red Building, can be seen as an exercise in typological
insertion into a pre-established part of the city’s fabric. The
successive revisions of the city extension plans from 1884 onwards had the
typically 19th century street blocks bequeathed by Cerdá’s ensanche,
but the architect responded with a solution that was typologically novel,
structurally advanced, functionally rational and formally international.
While the type follows the basic scheme and is determined by the
structure, a change in the material and in the concept of the system
immediately entailed a variation on the original. The type therefore
developed as a concept open to change, not as a static, rigid idea that
prevents architecture from evolving but as a relevant mechanism for
responding to the needs imposed by reality. The
use of reinforced concrete was an exercise in modernism, echoed in the
rational treatment of the layout, but at the same time was determined by
the social footprint of the building, as reflected also in its form and
image. As will be seen, it is a dense web of variables that interrelate to
reach the final solutions. Enrique Viedma9 conceived the building as a
whole, undoubtedly influenced by Berlage’s and De Klerk’s urban
operations in Amsterdam in the context of the Netherlands Housing Act of
1901. Notable among these are De Klerk’s block in Spaarndammerbuurt,
known as Het Schip, or B. T.
Boeyinga’s more rural project for the Tuindorp Nieuwendam district north
of the river IJ, in an area that had hitherto been occupied only by
factories. The
Finca Roja, however, had to adjust to the site allowed by the planning
regulations, so instead of the building opening to the street in an open
block typology, it turns to the interior, creating a courtyard that takes
on the social dimension of the Höfe10 of Vienna or Berlage’s Plan Zuid
neighbourhoods. The reference is double, as the materials of the building
allude to the brickwork of the Dutch Wendingen group, giving it an
expressiveness still unsurpassed in Valencia. In
reality, the resulting composition bears a greater resemblance to a
grouping of buildings with party walls and chamfered corners, all facing
onto the street, than to a unitary building perfectly integrated around
the interior courtyard. As well as providing abundant light and
ventilation to the inward-facing flats, this was intended to be the
central heart of services and social life and a genuine green lung for the
colony, at least in the initial concept, as shown by the evident
permeability of the courtyard, which can be reached from the exterior
through passages and stair wells, and by the ground-floor commercial
premises facing onto it, which would have brought activity and dynamism to
a space conceived as a place for children to play and old people to relax.
This concept, related to the utopian community life ideals of the Viennese
Marxists’ social-communist ideology, nonetheless never really took root
as such: the contrast between the desideratum of the project and the
current state of the central courtyard, where a few trees survive among
the closed, abandoned shop spaces, bears witness to the abyss between the
hope of almost utopian social conditions inherent to the project and the
crude reality of a competitive, capitalist society that had not yet been
glimpsed at the time. The
courtyard as the node of social relationships links the building with the
most utopian architecture that had been built to date and is decisive in
its functional evolution towards a two-fronted scheme, with flats looking
out onto the street and onto the courtyard. It abandons the usual layout
of the bourgeois ensanche or new town, which consists of through flats,
proportioned on a mainly longitudinal axis, running from the street façade
to that of the central courtyard with long corridors against the party
walls. In the Finca Roja, the flats are more compact and are arranged in
groups of four around each staircase on each storey. This makes the four
units almost symmetrical with regard to the staircase axis and the main
light wells, although the treatment of each flat is identical, whether it
faces onto the street or the central courtyard. The courtyard is therefore
given at least as much prominence as the street. It becomes an urban space
as a result of the typological concept of the housing units and the
through hallways on the ground floor, lit from above by the light wells,
which give direct, easy access to it. However,
this urban quality was intended to be secluded, or at least urban with
reservations, as the courtyard aimed to recreate a protected world with a
pleasant appearance and warm colours and an urbanity based more on
attitudes, moods and manners than on cars and roads. It was to be a
courtyard that would find room for social life, where the residents could
meet, the children could play out of harm’s way, shops would provide a
service and the city would become human, a courtyard that would return to
the agora as a fundamental public space, as opposed to the impersonal
Cartesian grid with no gaps in which to stop and rest. It is in this urban
context that the Finca Roja built a bridge to the future and beyond the
country’s borders, uniting tradition and modernity, populism and the
avant-garde, respecting the city as the setting for life in society,
adapting to the historical urban fabric without falling into historicism:
constructing city. Background To
satisfy the demand of the city’s rural immigrant population, from the
end of the century a new typology therefore appeared on the property
scene: minimum housing. This was to meet tight standards of salubriousness
and habitability with the lowest possible costs and prices. Naturally
there were abuses, particularly in speculative housing, forcing the
authorities to take steps to prevent building standards falling by passing
bylaws that were not always obeyed. The
increasing tertiarisation of the urban economy and the resulting
population explosion explain both the encouragement of bourgeois building
to absorb the demand from the prosperous middle class and the considerable
spread of workers’ housing for the lower middle class. However,
describing the situation in terms of housing for the upper middle classes
and other housing for the lower middle class is excessively simplistic. It
would probably be nearer to the truth to assume that Valencian
architecture in the early decades of the 20th century covered a wide
diversity, both of types and of architectural languages. Nonetheless,
despite this variety it is possible to discover a characteristic
typological pattern in workers’ housing in the city of Valencia during
the decade from 1925 to 1935, the prodigious decade in which the Finca
Roja was built. This model is covered by specific legislation: The Cheap
Housing Acts of 1911 and 1921, complemented by decrees and regulations in
following years, and the Economical Housing Regime of 1925, intended for
the “middle class” of cities with over 30,000 inhabitants, which
offered loans, exemptions and other tax breaks to non-profit workers’
cooperatives and led to the setting up of cooperatives linked to
professional sectors such as journalists, sales representatives, etc. Both
the above, reinforced in 1935 by what is known as the Ley Salmón or Salmón
Act11, widely applied in Valencia owing to the city’s high immigration
rate and policy of internal reform, define the legal framework whereby
‘cheap’ and ‘economical’ housing, particularly the latter, was
introduced into the bourgeois extensions of the city: the aim was not
simply to solve a problem of unhealthy neighbourhoods and provide decent,
affordable housing for the lower echelons of society but rather, in view
of the fast-increasing rural influx, to integrate an increasing quantity
of low-price housing into the new modes of urban growth, whether city
extensions or garden cities. This
led to adopting two different types of workers’ housing, depending on
the urban expansion mode in question. One was the closed block with
housing placed on different floors, up to five storeys high, in one- to
three-bedroom flats with minimum facilities, so that the economical
dwellings fitted cleanly into the urban structure with no substantial
morphological differentiation from the bourgeois housing. The other was
the semi-urban model on the outskirts of the city, retaining a certain
family house character in accordance with the garden city model of
industrial societies. The Finca Roja, occupying the block between Jesús,
Marvá, Albacete (previously Vitoria) and Maluquer streets, belongs to the
first type. An example of the second type are the Press Association’s
houses, popularly known as the chalets de los periodistas or
journalists’ villas, which were started in 1926 with all the
authorities’ blessings and handed over in 1933-1934. Two of these
developments, on either side of the Paseo al Mar or Avenue to the Sea
(Avenida Blasco Ibañez), where the original 1893 plan had already
envisaged something of this kind, were finally designed by Enrique Biedma
at the beginning of the avenue, next to Viveros park. In
the end, although with considerable differences in their typological
approach, both solutions respond to the same architectural problem: how to
design a hygienic, functional dwelling that makes the maximum use of space
and meets minimum habitability standards, all within the budget
constraints. It is not difficult to imagine the fat profits that the
urbanisation of land to build cheap housing brought to the owners of
fields around the city. Land management and development fell to the
private sector; the city council confined itself to regulating the urban
growth through the 1924 City Statute and the ‘urban influence plans’,
openly encouraging the building of cheap housing and taking on
responsibility for providing the new colonies with minimum services and
infrastructure, so bringing them within the expanding metropolis. Language The
inherent problems of the very subject of workers’ housing contributed to
the avid assimilation of vernacular and foreign languages, as meeting the
salubriousness and habitability requirements of the Cheap Housing Acts of
1911 and 1921, the Economical Housing Act of 1925 and the municipal bylaws
of 1929, within limited budgets, was not a task that the architects found
it easy to solve, and still less so when there were also constraints on
the use of the land to be occupied by each colony, with ratios of building
volume to green spaces. In the absence of a local tradition of workers’
housing to fall back on, the solution the architects chose was to turn to
the greater experience of their German, Austrian and Dutch colleagues in
the field of minimum housing. This increased the demand for books that
provided ad hoc recipes. Books such as Modelos de edificios económicos by
I. Casal (Barcelona, 1922) or Guía para constructores de casas baratas,
published in Valencia in 1927, offered simple, reliable guidelines for
architects who were beginning to work in what was an unfamiliar field,
even though commissions from the cooperatives for cheap and economical
housing developments were not usually awarded to architects devoid of
professional scruples (who concentrated on speculative developments) but
to able professionals with a reputation in domestic architecture for the
middle class, such as Peris Ferrando, Emilio Artal, Francisco Almenar or
the selfsame Enrique Viedma. Although
the ‘high-rise’ cheap housing type was pioneered in Valencia by Emilio
Artal, whose first forays in this field date from before the 1930s, one of
the best examples of the model is undoubtedly the building under
discussion, popularly known as the Finca Roja. It was designed by Enrique
Viedma for a competition convened by a local savings bank, which it won in
1929, and comprises 500 flats, each with three bedrooms and measuring 90
m2 (except for those on the chamfered corners, which have an additional
bedroom), on the ground floor and five upper storeys. Rather than
designing the flats to cover the entire permitted building depth, Viedma
chose to have them facing either onto the street or onto the courtyard.
Almost certainly influenced by the Cerdá Plan’s bevelled block concept,
the Finca Roja adopts the Central European type of a block of flats
surrounding a large interior courtyard. In this prime example of
incorporating a group of workers’ flats into the grid and
characteristics of the new bourgeois city extension, the Ensanche, the
site covers an entire street block bounded by four streets that are not at
right angles, giving it a trapezoidal shape with its longest side on Calle
Albacete and its shortest one on Calle Jesús. The
composition of the volumes and their Expressionist qualities are clearly
related to the Höfe built in Dollfus’ Vienna and the achievements of
post-avant-garde Soviet architecture, showing Viedma’s knowledge of the
architectural designs that were appearing in Central European countries
with a longer tradition of workers’ housing, not so much because he
travelled, of which there is no record, but because he probably consulted
the customary compilations of modern architecture. Among these foreign
influences, one that has been noted particularly is Wendingen, the Dutch
expressionism of the Amsterdam School as opposed to the abstractness of
Rotterdam, and the work of Michel De Klerk in particular, especially in
Viedma’s use of brick, related to the precursory experiments of Berlage,
and his juxtaposition of masses and volumes, where the strict geometry of
the angular oriels and the polygonal gables that crown these at roof level
contrast with the curved corners and circular turrets. On
the subject of the material chosen for the external cladding, a facing
brick with coppery tones that characterises the building and has given it
its name, it should be mentioned that this was not a novelty at that
moment, as it was already widely known in the Valencian architecture of
the late 1920s through the work of Joaquín Rieta. At the time, the
language that this architect was using was in keeping with modern
syntheses of Art Deco and regionalism, culminating in the Gil building
(1931) on the corner of the Plaza del Ayuntamiento and Calle San Vicente,
one of the most eloquent expressions of the plastic and construction
possibilities of exposed brick. All
the play on volumes and masses displayed on the skin of the Finca Roja
belong to a long turn-of-the-century tradition that started with the Arts
and Crafts movement, a precursor of the Werkbund, which extolled craftwork
in response to industrial manufacture, aligning Ruskin and Morris with
Medieval revivalism. However, Viedma’s exaltation of craftwork in the
Finca Roja did not prevent him from placing modern American wooden shutter
blinds (still relatively unknown in Valencia) on the exterior and
mass-produced terracotta friezes on the lintels and under the windows.
This indicates a dubitative position in which incipient modernism clings
to tradition through certain subtle anchorings in the past. The floor
layout, however, reveals Viedma’s intention of separating the problem of
stylistic choice, which he confines to the skin, from the functional
distribution of spaces, so helping him to drawing closer to rationalist
currents. This is in keeping with the tradition of structural rationalism
conveyed by A. Choisy in his Histoire de l’architecture (1899),
inherited and translated by the proto-rationalism of Perret and,
subsequently, by the followers of the Modern Movement. In all honesty,
however, Viedma’s formalisation and materialisation are hesitant and
ambiguous, wavering between traditional Spanish casticismo, decorativism,
expressionism and, why deny it, an incipient rationalism. We
have seen how the linguistic Babel of the Finca Roja entwines the paths of
Dutch expressionism with those of Art Deco and Valencian casticismo [which
leads from the Instituto Nacional de Previsión building (1928) at no.10
Avenida Marqués de Sotelo, also by Viedma, to the flagship of this style,
the Banco de Valencia head office (1934-1942)], while not bereft of
influences from an organicist modernisme with distant echoes of Gaudí.
This eclectic period (1929-1933) in Viedma’s architecture shows such a
variety of architectural affiliations and is so hesitant in many ways that
he does not fit comfortably into the parameters of contemporaries such as
Joaquín Rieta, Luis Albert, Francisco Mora, Gómez Davó, Javier
Goerlich, etc. Lacking a decided formal commitment to one style or
another, Viedma’s architecture seems to echo the rule established by the
organisers of the 1925 Decorative Arts Exhibition in Paris, that “toute
copie ou imitation des styles anciens” would be rejected. Nonetheless,
the Finca Roja, which acted as a crucible for formal and decorative
solutions of local and foreign origin in Viedma’s development, also
spread its influence to the heart of the city: at least in the external
treatment of materials and bonds, oriels and roof, in the plasticity and
irregular perimeter of the façade’s curved chamfers and polygonal
oriels resembling bow windows, it is related to the aesthetics of the
emphatic volumes that Viedma was to deploy shortly afterwards in the
monumental La Unión y el Fénix building (1933). Nonetheless,
his amalgam of formal solutions did not serve any class interests or use a
language that deliberately signalled a rupture with history, as the
architects who graduated ten or fifteen years after Viedma did. These
later architects turned to the expressionist prototypes of early 1930s
German architecture, taken from the pages of Moderne Bauformen, a
veritable vademecum for architects with a broader perspective. Hence the
advent of a long list of Valencian buildings, inspired by the Schoken
department stores by Mendelsohn, that signified the arrival in this city
of a new architectural style: chamfered corners became rounded and the
external walls, converted visually into a fine skin, were torn from side
to side by windows. This legacy of German expressionist architecture
introduced the city to a visual repertory of elements taken, even
lexically, from naval language: great prows and portholes, even ship’s
bridges, proliferated everywhere in the last buildings constructed in the
Ensanche or in the now-demolished Bajada de San Francisco, as the
aesthetics of those years approached those of ocean liners. Modernism was
definitively making headway. The
Finca Roja, a residential building because of its functional requirements,
is part of the urban fabric of Valencia’s Ensanche. It has surpassed the
barriers of its purpose and become a landmark that marks the structure of
the metropolis, joining the repertory of snapshots that defines the image
of the city. In Rossi’s terms it would be part of the silent infill that determines the morphology of the city but does not individuate it. The reality, however, always complex and contradictory, is that this building takes on an organising rôle in the city’s fabric without renouncing the expressive aspirations that characterise the architecture of Valencia.
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Bibliografía/Literature | |||
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1 Nooteboom, Cees, 25 buildings
you should have seen. Amsterdam, Ed. Arcam, Ámsterdam 2002/Nooteboom,
Cees, 25 buildings you should have seen. Amsterdam, Ed. Arcam, 2002
2 Lynch, Kevin, La imagen de la ciudad, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1998/Lynch, Kevin, La imagen de la ciudad, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1998 [The Image of the City, Cambridge, MA, MIT Press, 1960] 3 Rossi, Aldo, La arquitectura de la ciudad, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1992/Rossi, Aldo, La arquitectura de la ciudad, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1992 [L’Architettura della città, 1966. Translation into English by Diane Ghirardo and Joan Ockman, The Architecture of the City, Cambridge, MA, MIT Press, 1984 (1966)] 4 Montaner, José María, Arquitectura y crítica, Ed. Gustavo Gili/Montaner, José María, Arquitectura y crítica, Ed. Gustavo Gili 5 Moneo, Rafael, “On typology”, en Oppositions nº 13, 1978/Moneo, Rafael, “On typology”, in Oppositions nº 13, 1978 6 Pevsner, N., Historia de las tipologías arquitectónicas, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1979/Pevsner, N., Historia de las tipologías arquitectónicas, Ed. Gustavo Gili, Barcelona 1979 [Nikolaus Pevsner, A History of Building Types, Thames and Hudson, London, 1979 (1976)] 7 Moneo, Rafael, “On typology”, en Oppositions nº 13, 1978/Moneo, Rafael, “On typology”, in Oppositions nº 13, 1978 8 Arnau Amo, 24 ideas de arquitectura, Ed. UPV, Valencia 1994/Arnau Amo, 24 ideas de arquitectura, Ed. UPV, Valencia 1994 9 Enrique Viedma Vidal (1889-tit. 1915 en Barcelona-1959)/Enrique Viedma Vidal (b. 1889 - graduated 1915 (Barcelona) d. 1959) 10 Literalmente “patio”/Which literally means ‘courtyards’ 11 Para mayor información sobre el marco legislativo de casas baratas véase los siguientes títulos: Blat Pizarro, Juan: Vivienda obrera y crecimiento urbano. Valencia 1856-1936, Ed. COACV-Generalitat Valenciana, Valencia 2000; Peñín Ibáñez, Alberto: Valencia 1874-1959. Ciudad, arquitectura y arquitectos, Ed. Universidad Politécnica de Valencia, Valencia 1978; Simó, Trinidad: La arquitectura de la revolución urbana en Valencia, Albatros Ediciones, Valencia 1973; Serra Desfilis, Amadeo: Eclecticismo tardío y art déco en la ciudad de Valencia (1926-1936), Ed. Ayuntamiento de Valencia, Valencia 1996/For further information on the legislative framework of cheap housing see: Blat Pizarro, Juan: Vivienda obrera y crecimiento urbano. Valencia 1856-1936, Ed. COACV-Generalitat Valenciana, Valencia 2000; Peñín Ibáñez, Alberto: Valencia 1874-1959. Ciudad, arquitectura y arquitectos, Ed. Universidad Politécnica de Valencia, Valencia 1978; Simó, Trinidad: La arquitectura de la revolución urbana en Valencia, Albatros Ediciones, Valencia 1973; Serra Desfilis, Amadeo: Eclecticismo tardío y art déco en la ciudad de Valencia (1926-1936), Ed. Ayuntamiento de Valencia, Valencia 1996 |